El protagonista de José, la cinta realizada en Guatemala, ganadora del premio Queer Lion de la 75 edición del Festival de Venecia, en esta entrevista habla sobre cómo esta película le cambió la vida al hacerle observar su realidad y la del país de una manera diferente.
Por: Irene García
Enrique Salanic es actor, es gay, pero sobre todo y ante todo es maya k’iche; así se autodefine. Y esas características de su identidad le han valido discriminación y exclusión. Es uno de los protagonistas de José, la cinta del chino Li Cheng, filmada en Guatemala en 2017 y estrenada al año siguiente. Apenas hace una semana fue presentada en este país, en el marco de la Muestra de Cine Diverso organizado por Visible y la Fundación Ixcanul con el apoyo del Centro Cultural de España en Guatemala.
Sin embargo, el largometraje, que expone la homofobia de la conservadora sociedad guatemalteca, ha sido presentada en más de 70 festivales alrededor del mundo y obtuvo el premio Queer Lion de la 75 edición del Festival de Venecia.
José cuenta la historia de un chico gay de 19 años que vende “shucos” para ayudar en la economía familiar. En busca de diversión establece relaciones sexuales casuales que establece a través de aplicaciones digitales. Es ahí cuando conoce a Luis, quien lleva a José a un plano de pasión, dolor y reflexión inimaginable. El filme se desarrolla completamente en Guatemala, y como principales locaciones aparecen sitios de las zonas 1, 4 y 7 de la capital.
“La primera vez que estuve en el podio con periodistas —después del lanzamiento de José— muchos me preguntaron: ¿Cómo fue interpretar a un personaje gay en Guatemala?, y respondí: No, o sea, si soy gay, pero antes que eso soy k’iche, somos una minoría dentro de una minoría, muchos guatemaltecos piensan que el indígena se queda indígena y nada más, pero no es así”, cuenta Enrique al reflexionar sobre cómo protagonizar esa cinta, el cambio la vida.
“Mi experiencia con esta película fue algo que me cambió la vida, aunque fue mi segunda película y mi segunda experiencia [la primera fue Días de luz] en el cine”. Ese cambio, más que en el campo profesional, se dio en lo más intimo y personal de Salanic, el enfrentarse con su propia realidad. “Aprendí no solamente de la realidad de una minoría que está muy excluida intencionalmente en un mundo conservador, clasista, racista”, dice, al referirse a la comunidad LGTBIQ+ del país.
Darse cuenta de ello, agrega, “fue una cuestión bien cambiante, no solo emocional, sino psicológicamente, porque quizás en el momento que estaba progresando la película no me estaba dando cuenta de todo lo que estaba pasando, no podía dimensionar el impacto que podría tener” en su vida y en la sociedad guatemalteca.
Participar en esta película le sirvió a Enrique para “conocer no solo a diferentes personas que son miembros de la comunidad LGBTIQ+, sino también que viven en poblaciones indígenas fuera de la capital, (así como) conocer el lado técnico del cine, volverse más consciente de todo el trabajo que requiere hacer una película y la entrega que se necesita”.
Porque, añade, hacer cine aquí en Guatemala es una tarea compleja. “Si uno quiere hacer cine, es porque uno ama esta profesión, porque primero es una cuestión de dinero que no es algo que tan fácilmente se da”. El reto más grande de filmar en Guatemala una película con la temática homosexual, “es que es un país conservador” donde “la religión pesa un montón”.
“Reconozco que tuve un poco de miedo por lo que podía repercutir en violencia psicológica o violencia física, no solo aquí en Guatemala, sino en mi comunidad; que la gente podría reaccionar de una manera discriminatoria por quien soy, pero a veces me doy cuenta de que, en el miedo acumulado, es eso: el sentimiento de que la gente ya sabe quién soy, pero no se habla”.
“Todo está bien porque no se habla ese tema, pero hay que hablar de estos temas, hay que manifestarlo. El incentivo de hablar de esto es poder decir lo que yo siento, lo que yo pienso, dar la cara de alguna forma desde el arte que uno realiza; esto es una forma de manifestarse ante la vida, sabiendo de que Guatemala hay que estar preparado para lo peor”, agrega.
Y es que, agrega, “Guatemala te puede estar abrazando y de repente vienen dictaduras, vienen genocidios, vienen exterminios o vienen leyes que se quieren aprobar para violentar nuestros derechos”.
Hay que hablar, insiste, para que “las palabras lleguen a las personas que tienen que llegar y se cuestionen desde donde se tengan que cuestionar para lograr impactar lo que ellos tengan que impactar en sus espacios, en sus burbujas”. Por medio de su trabajo, dice, “yo estoy haciendo mi granito de arena, viviendo desde mi comunidad. Tal vez mi comunidad no vaya a escuchar o ver está película, pero tal vez solo mi accionar pueda generar un efecto dominó en mis vecinos o lo que sea”.
Enrique cree que es importante tener la sutileza al hablar de diversidad sexual en las comunidades indígenas, “porque es un tema muy impactante que no se puede llegar a la casa ajena e irrumpir con un tema así; hay que tener tacto para las comunidades, hablar y ver la forma para llegar, no para cambiar la forma de pensar, sino solamente aceptar y dar a conocer que existimos, que siempre hemos estado y vamos a seguir existiendo”.
Publicación original: Agencia Universitaria de Noticias
Autora: Irene García Alvarez
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